El silencio suena
a suave brisa
y a dos bicicletas.
Solo nosotros. Pedaleando por el sendero interminable que nunca asciende. Llano, llano, y a los lados verde hierba y árboles frondosos. Es todo tan diferente a donde procedo que, sin embargo, me resulta cercano. El sol no abrasa tanto, las plantas crecen más, hay agua por doquier. Siento que pertenezco aquí, igual que aquel árbol.a suave brisa
y a dos bicicletas.
Oigo su risa. También él tiene esta sensación tan vivificante. La brisa nos acaricia las mejillas y resbala por nuestras sonrisas. Él me mira y yo grito algo. Algo acerca de la libertad y de que me elevaría en el sillín para volar pedaleando por este cielo de un azul imposible.
Entonces llegamos al lago. El sendero no se detiene y atraviesa la gran extensión líquida. Solo nosotros, las bicicletas azules, el sendero y el agua a ambos lados. A lo lejos se adivina ya un pueblo. Ocre y verde oscuro. Algunas pinceladas rojizas.
Casas de madera,
viejos molinos.
La paz de unas vacas.
viejos molinos.
La paz de unas vacas.