SELECCIÓN DE HAIKUS DE FEBRERO
En la rompiente,
van uniendo sus voces
mar y gaviotas.
van uniendo sus voces
mar y gaviotas.
¿A qué suena este haiku? Leo, o más bien oigo, este haiku porque es inevitable no hacerlo. Como una pintura construida de voces, o una sinfonía de imágenes, que se van sumando hasta amalgamarse en una sola melodía. Ya el primer verso es una invitación al mar y su rumor. “Rompiente”, con toda la sonoridad de esa palabra, sirve de “bajo continuo”, de fondo, al segundo y tercer verso. Todos hemos paseado alguna vez junto al mar y oído el grito de las gaviotas, sobre todo al atardecer. El agudo desgarrado de su voz remontando el estruendo de las olas. ¿Y el mar? ¿Qué voz tiene el mar? ¿Tiene “voz” como tal?
Creo que la clave de este haiku es ese “van uniendo” que nos sugiere un transcurrir de los sucesos. Como en las formas musicales el todo se construye en la armonía de los diferentes temas, al tempo, al ritmo de las notas y sus silencios.
¿Y cuándo esas voces estén definitivas unidas? nos preguntamos. En el rompiente ¿será mar la gaviota y su voz? ¿Quizá será lo que siempre fue?
lluvia temprana,
se va cubriendo el muro
de caracoles.
se va cubriendo el muro
de caracoles.
¿Cuánto tiempo estuvo ahí el/la haijin? Es lo primero que he pensado al leer este haiku. Todos sabemos que la parsimonia de los caracoles es legendaria. Quizá fue, y después volvió, a alguna parte (qué más da dónde cuando a uno le seduce la quietud de los caracoles) o quizá ese muro forme parte de su jardín, o esté cerca de su casa, y pueda contemplarlo desde allí, con la parsimonia caracolera de quien está en casa… O quizá sea un niño. Los niños son capaces de cualquier cosa porque estrenan el mundo. Un niño sentado en el suelo y mirando algo es inmortal.
Me enrollo... Evidentemente la mirada puede ser la de un niño pero el haiku debe ser adulto. Y este lo es. Podríamos quizá apelar a la causalidad. Es por la lluvia por lo que el muro se llena de caracoles. Quizá. De todas formas creo que el meollo de este haiku es, como en el anterior, el suceder de las cosas. Ese “se va cubriendo” en el que el autor o autora se ha tomado la molestia de estar. De llenarse como el muro de la quietud de los caracoles. El haijin no es tanto ser como estar. Y a la quietud solo se puede acceder desde la quietud. Con esa lluvia temprana (hermosa expresión) que lo facilita todo, que lo estrena todo, como un niño cualquiera sentado en el suelo.
Un caracol vacío;
verdean las yemas
del almendro.
verdean las yemas
del almendro.
¿Un caracol vacío? ¿Qué es un caracol para este/a haijin? Por supuesto sé a qué se refiere, todos hemos usado esa expresión, pero no ha dejado de sorprenderme mi propia sorpresa al leerlo. Qué cosas.
La presencia. La poesía de la presencia se ha dicho que es el haiku en más de una ocasión. El haiku tiene la habilidad de hacer presente incluso la ausencia. No sé si este haiku podría ser adscrito al llamado haiku de mu-i pero desde luego ese caracol que no-es resulta contradictorio. Como si nosotros fuésemos por nuestros huesos. Lo que tenemos de más sólido. De concretamente telúrico. Un ser humano mondo y lirondo diríamos…
Me enrollo de nuevo…. Bueno, quizá pueda venir a colación por el contraste entre los dos siguientes versos. Esas yemas del almendro que nacen. Que verdean. Qué hermosa palabra “verdear”. La vida se hace notar en el color. Lo nuevo, lo que está naciendo, se ve, ahí, verdeando nuestros ojos.
Quizá sea yo pero veo en este haiku una inversión de las “leyes naturales” (esas que son nuestras y adjudicamos a la naturaleza pretenciosamente). En este haiku la muerte no es la disolución de lo material, de los órganos y células con que se construye la vida, sino todo lo contrario. Desde el verdor, ese color ajeno a los pesos y medidas, exultante de vida nueva descendemos a la contundente concreción de lo que ya no es.
¿Seremos nosotros, humildes haijin, una nada que se puede tocar, cascarones que se concretan en el suelo, que se definen por lo que no son? ¿nubes de huesos que verdean?
Costa Atlántica.
Como borde de un nido
bellotas de mar
Como borde de un nido
bellotas de mar
¿Se lo llevará la marea, aguantará las olas? He sentido cierta inquietud al leer este haiku. Muy cerca del mar tiene que estar ese nido, de un ave marina sin duda, para que lo bordeen esos crustáceos. Un haiku con ingredientes tan contrapuestos que la primera impresión es de cierto desconcierto. Al menos para mí. La inmensidad del Atlántico, un nido, bellotas de mar… Imagino sin poder evitarlo el vértigo de un acantilado y la inmensidad formidable de ese océano al borde de ese nido. Un nido, con la delicadeza que subconscientemente nos provoca esa palabra. Un haiku construido a golpe de contrapuestos: Lo inmenso y lo pequeño, la frío y lo cálido…
Lo que da la vida y lo que la puede quitar, el océano, como contradicción suprema.
Quizá quizá… el segundo verso podría expresarse de otra manera para evitar ese “co” que se repite en los dos primeros versos y que en ese segundo rompe un tanto el ritmo. “Bordeando un nido” creo que es una expresión más directa y clara.
Sorprendentes ingredientes para un haiku sorprendente. Un haiku en el que huele a mar, bordeándonos, desde la primera palabra hasta la última.
el pozo viejo...
la herrumbre del pozal
ha florecido
la herrumbre del pozal
ha florecido
¿Florece la herrumbre? ¿Desde cuándo la decadencia y el abandono florece? Pozo, pozal, viejo, herrumbre… y de pronto las flores. Parece que este haiku insiste en espirales descendentes hacia la decrepitud de las cosas hasta iluminarnos de pronto con una regeneración que nadie espera. ¿Ese pozo viejo lo es porque está en desuso? ¿Porque se secó? No sabemos esto último pero en desuso está porque nos lo aclara el segundo verso. Quién sacaría agua, si la hubiera, con un pozal herrumbroso…
Uno de los matices de “sabi” (uno de los elementos del famoso tópico de la estética japonesa wabi-sabi) tiene relación con el verbo “sabiru”, oxidarse, cubrirse de herrumbre. No solo en la naturaleza, desde las libélulas a las montañas, acertamos a sentir el paso del tiempo, también en los artefactos que nosotros fabricamos, aun con la pretensión de la más eficiente permanencia como es el caso de los metales sentimos ese tiempo. No hay mejor símbolo de “lo humano”, en lo material al menos, que los metales, seguimos en la Edad de Hierro de hecho. Pero al final la tierra reclama lo que es suyo y descompone lo nuestro hasta hacerlo tierra de nuevo.
Es sorprendente que sea la herrumbre la que florece. Sorprende y no sorprende. ¿Qué iba florecer si no? ¿El metal? Lo “nuestro” no suele dar vida salvo que salga de nuestra misma carne y sangre. Esa herrumbre que es casi tierra ya, que se juntó con otra tierra quizá en ese pozal que poco a poco irá dejando de ser pozal. La humedad de un viejo pozo, semillas que quizá trajo el viento, herrumbre y polvo… la naturaleza qué poco necesita para construirse.
Un aware poderoso imagino yo en quien contempló ese pozo y ese florecer. Un cierto abandono en la mirada, en el sentir. Un aware surgido desde la oscura profundidad de la tierra como el propio pozo, como las flores.