Antes que nada quiero agradecer a mi amigo Grego y a sus colaboradores el haber pensado en mí para llevar a cabo una tarea como ésta, figurando al lado de nombres que tanto significan para mí dentro del haiku como son los de Mercedes y Susana.
Como ellas, también debo mencionar que de ningún modo acepto calificativos del tipo de “experto”, o similares, y no por falsa modestia, sino sinceramente por falta de conocimientos y recorrido. Sí espero, en cambio, poder aportar algo como aficionado al haiku desde hace ya un buen puñado de años. Eso sí, mi aportación sólo puede provenir de un punto de vista honesto y personal, y no puede pretender arrastrar ninguna carga academicista o nada similar.
Permitidme, pues, comenzar mi análisis con un pequeño preámbulo para hablar de aquello que con los años se ha colocado para mí en el primer lugar de todas las cualidades que aprecio en un haiku.
Yo entiendo el haiku como un ejercicio de cortesía. El haijin ha percibido, ha experimentado, ha sentido, ha recogido algo que cree que merece la pena ser ofrecido a otros bajo la forma de un haiku. Bien. Esta dádiva no puede hacerse de cualquier manera. El receptor de lo dado ha de formar parte del trasvase, y es por eso que hemos leído muchas veces a los clásicos que un haiku no ha de decirlo todo. Mucha gente es sensible a este precepto, pero lo observa, según mi opinión, de un modo equivocado; es decir, ofrece a los lectores haiku “interpretables”, cuyo resultado es frases en los lectores del tipo “para mí este haiku quiere decir…”. A mi modo de ver, esto no es así, y un haiku debe tener un sentido inequívoco para todo lector; sólo es que su sentido debe ser difuso, velado, claroscuro.
Para no liar mucho las cosas, sobre todo como cuanto en este caso, realmente se trata de algo muy sencillo, voy a valerme de un ejemplo cotidiano: efectuar un regalo convencional. Supongamos que queremos regalar algo a alguien, por ejemplo una estilográfica. Apuesto a que estáis de acuerdo conmigo en que de estas cuatro posibilidades, tres os parecerán anómalas y una, normal:
1) Nos acercamos a la persona a la que le queremos regalar la estilográfica y, aunque no la hayamos estrenado ni nada, se la ofrecemos sin papel de regalo y ni tan siquiera estuche y le decimos “toma, una estilográfica que te doy”
2) Le ofrecemos un paquete endiabladamente atado, con un papel plasticoso e irromplible, rematado además con dos vueltas de cinta para embalajes, de manera que, después de varias horas de intentar abrirlo, quizá cuando ya no estemos delante, esa persona opta por tirar el paquete a la basura y olvidarse de él y de lo que pudo o no pudo contener.
3) Le ofrecemos un paquete con un papel de un hermoso diseño, con una lazada elegante, que se abre completamente con sólo tirar de un extremo, y dentro hay una tarjetita manuscrita con una dedicatoria, justo al lado de un estuche precioso y, al abrirlo… ni hay estilográfica ni hay nada: está vacío.
4) Le ofrecemos un paquete con un papel de un hermoso diseño, con una lazada elegante, que se abre completamente con sólo tirar de un extremo, y dentro hay una tarjetita manuscrita con una dedicatoria, justo al lado de un estuche precioso y, al abrirlo esa persona encuentra una magnífica estilográfica, la cual, imaginemos, podría ni siquiera ser nueva, sino tu estilográfica favorita y que esa persona lo supiese.
Personas más conocedoras que yo de la cultura japonesa os encontraréis en esta página, pero, por lo que sé, así es como se regala en Japón con procedencia. Y cuando yo he sido agasajado por japoneses, han conseguido honrarme mucho a base de respetar estos sencillos detalles, no siendo el menos importante que yo participe, que yo abra el papel, que yo descubra el regalo y me sorprenda, y me conmueva, y me sienta más vinculado a esa persona, más cómplice. Y como he dicho, para mí el haiku es una suerte de de dádiva.
Disculpadme, queridos amigos, esta introducción, si no ha sido tan breve. He decidido incluirla como preámbulo en los comentarios porque este aspecto será primordial para mis opiniones. Y sin más, comienzo.
Luna llena
Los niños juegan
a pisar sus sombras
Noche de apagón;
de pronto en la vereda…
unas luciérnagas!
sin aves…, la bignonia
con el color
que le da la lluvia
Desconocía qué planta era la bignonia y lo he comprobado porque quise. No lo necesitaba para que este haiku fuese uno de los que más encanto contiene, para mi gusto, de toda la colección. Porque, efectivamente, si uno no sabe qué planta es esa, no importa, porque se imagina una que sí conoce (la buganvilla, por ejemplo, que tiene un nombre que suena parecido) y el efecto de cómo el agua de la lluvia, al caer sobre flores y hojas secas, cambia su color. Me confunde qué ha querido decir “sin aves”; no sé si se fueron por la amenaza de lluvia, si la bignonia suele estar llena de aves, o si al autora haría mejor en buscarse lectores más instruidos en botánica
El sonido verde
de la lluvia en las hojas.
Graznan los grajos
Cruzando el cielo
bandada de estorninos
en sincronía
Amanecer.
Bandada de estorninos
cruzando el cielo
Imagino que cuando desde paseos me hacen llegar dos versiones de un haiku es porque ha habido dudas, debate, etc. Yo creo que en estos casos, salvo patinazos evidentes acerca de los que nos puedan llamar cariñosamente la atención nuestros compañeros, todo depende de la honestidad del haijin, de un proceso retrospectivo, de un preguntarse “¿fue ésto o fue lo otro lo que me llevó a escribir este haiku?”. En este caso concreto, nos gustaría saber qué pesó más a la hora de decidirse a escribir este haiku, ¿la hora temprana o la formación de las aves? Si fuese esto último, en lugar de emplear “sincronía” –palabra bellísima pero no demasiado frecuente- quizá hubiese una manera más llana de decirlo.
Media luna.
Las flores de navidad
todavía frescas
Lo cierto es que –y puede ser defecto mío- no consigo “abrir” este haiku, no sé qué hay dentro. Se me escapa si desde la navidad hasta esa fase de la luna ha pasado demasiado tiempo como para que las flores estén o no todavía frescas. Me llega como encriptado en exceso. Con toda mi humildad y mi respeto, diría que este haiku se acerca al tipo 2. Pero insisto, quizá sea yo como lector el que no sepa abrirlo. Nunca se sabe.
Riego mañanero.
Dando vueltas la sombra
de una golondrina
Me gusta este haiku. Es el segundo de la colección, junto con el primero, en el que interaccionan sombras y acción. El haiku agradece el lenguaje llano, en el que encaja mejor “mañanero” que “matutino”. Es un haiku sencillo y eficaz (dos cualidades que en este mundo suelen ir de la mano) que lleva dentro frescor y promesa.
Valla tumbada;
en la acequia esparcidas
las algarrobas
primeras luces…
en la acequia esparcidas
las algarrobas
En mi opinión, aquí todo depende de lo que el haijin nos quiere ofrecer. ¿Una valla tumbada significa que alguien ha tumbado la valla para robar las algarrobas, algún animal para devorarlas? Lamentablemente, no es el algarrobo propio de mi tierra, así que, lo siento, pero me estoy perdiendo algo. Aún así, insisto, depende de lo que el haijin nos quiera transmitir, qué fue más importante a la hora de captar su atención, si el amanecer o si la valla tumbada.
Y acabo aquí mis comentarios. Espero que os resulten instructivos, que no causen molestias, pues han sido formulados con intenciones del todo respetuosas, y que no les deis tampoco más crédito del que se merezcan.
Un saludo a todos y nos vemos por ahí, en las veredas del haiku.
LC