Traspaso el viejo portón de madera y al ingresar al Jardín Japonés el olor a tierra húmeda llena mis sentidos. El viento ha despejado el cielo y mientras avanzo por el sendero el sol ocultándose proyecta sombras que se extienden hasta perderse. Escucho un chapoteo en el lago y, al mirar, noto que un pato atrapó un pequeño pez. Todo está cubierto de hojas y flores que la última lluvia arrancó. Decido cruzar el pequeño puente de madera y la luz anaranjada del crepúsculo me permite ver las carpas que nadan bajo el mismo. Desde una viga del mirador un benteveo me observa y, al verlo, decido acercarme. En cuanto me siento en el banco de piedra el pájaro huye, pero no importa: contemplo la sombra de su vuelo sobre el lago y me siento feliz de haber venido.
Tarde de agosto.
En las aguas del lago
rojas azaleas.