Se han dicho muchas cosas –no sé ya si serán suficientes- sobre lo que distinguiría a un haiku de un “terceto” o poema no-haiku. Hasta incluso yo mismo he comentado en ciertas ocasiones algunas notas distintivas desde que vengo interesándome por el haiku. Al comienzo fui más restrictivo en mis apreciaciones, sin duda influenciado por la interpretación de otros; pero en mi afán por la comprensión del arte del haiku así como por el respeto implícito de una cultura distinta a la nuestra, me condujeron a otras y heterogéneas apreciaciones de lo esencial en lo que respecta a la discrepancia entre ambos géneros de poesía. Así, creo que en lo fundamental, es una determinada forma de escasez en el ropaje de la palabra lo que señalaría una diferenciación fundamental. Con el tiempo, he ido afinando el oído poco a poco, porque la lectura de otros textos y autores duchos en la materia, no es ningún desperdicio ni siquiera temporal o intelectual; aunque lo propio de un haijin sea indiscutiblemente la zambullida sin restricciones en la charca-universo de la percepción por los sentidos como corresponde a esta modalidad de poesía. Sin embargo, el que más y el que menos de los haijines que han sido a lo largo de la historia del haiku, no se ha sustraído a los intentos o ensayos menos sensitivos y sí más conceptuales sobre el poema haiku. Así pues, emulando a esa otra actividad mental cuyo elemento nuclear me inspira a tantear el terreno que pisamos, terreno en sí como para caminar descalzos y en sigilo, es decir, como desnudos, voy a probar este micro ensayo sobre lo que a mi modesto entender distinguiría lo fundamental de un haiku frente a un no-haiku. Y para evitaros toda verbosidad tan ajena por lo demás a la esencia del haiku y a que no quisiera caer tampoco en la trampa de la abstracción (pues como ya se dijera, “la brevedad nunca ha sido en su caso –el del haiku- un modo de concentrar la idea, sino sólo un decir breve”) paso sin más no a concentrar el concepto sino a ese decir breve en el que se conjugue lo más adecuadamente posible ese acuerdo perfecto –valga la hipérbole- entre el decir y lo dicho. Por tanto, ultimaría alegando que es justamente el asunto de la “sugerencia”, el que marcaría la oposición esencial y cardinal del asunto aquí planteado. Pero sólo cabría añadir, naturalmente por no dogmatizar, que lo que “se sugiere” en el haiku no son los significados sino los sentidos y añádase a esto también las sensaciones percibidas por nuestros sentidos corporales; y aunque eso mismo podría afirmarse igualmente del poema no-haiku, no así lo de la parte sensitiva que siempre juega en favor del haiku y no de la intelectiva e intencional del poema no-haiku. La diferencia radical sería no sólo una cierta rebeldía por aquellas palabras que tratan de contener a la belleza, algo tan esquivo que huye veloz de toda domesticación y pesadez verbal; sino así mismo porque en el haiku, el mero deseo de echar el lazo a lo bello no representa sino el mismo temor a fracasar en nuestra pretensión de sentido, pues la mera desnudez de la palabra, el menor decir con ella y a través de ella, es ya acoger en su vacío de significado todos los sentidos posibles.
Salud
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